Dos son los retos vitales que enfrentamos en lo inmediato: lograr la salida del actual régimen dictatorial y su modelo de caos y colapso, y la puesta en marcha de un plan de acción nacional para rescatar al país.
La base fundamental para poder abordar estos dos retos, la condición indispensable para poder superarlos, es el logro de un encuentro real de los venezolanos. Un encuentro por encima de divisiones y sectarismos, que pueda articularnos a todos alrededor de una visión compartida de inclusión, bienestar y desarrollo.
Uno de los factores de mayor importancia para lograr este encuentro es el del rescate y fortalecimiento de valores de convivencia, respeto y solidaridad por parte de liderazgos, grupos e individuos. Su ejercicio debe trascender lo ideal para materializarse en actos concretos que afecten positivamente nuestra cotidianidad.
Esta creencia ha sido una de las guías de nuestro trabajo en las comunidades de Caracas, en proyectos como Alimenta la Solidaridad, por ejemplo. Los logros de beneficiados, aliados, donantes y voluntarios se han producido a partir de estos valores, generándose verdaderos espacios de encuentro y transformación, en los que coinciden distintos grupos e individuos.
Sin lugar a dudas, una de las instituciones que ha representado y ejercido estos valores, de forma cabal y sostenida a lo largo de los años, ha sido la Iglesia venezolana. Su labor ha sido un factor significativo en el mantenimiento de la convivencia en el país, enfocada en lo humano y lo social. Sus logros son diversos y podemos verlos en ejemplos que van desde la obra asistencial y educativa de la red de escuelas y centros de Fe y Alegría, hasta el estudio y monitoreo de fenómenos como la crisis alimentaria y de desnutrición de instituciones asociadas como Caritas.
A través de sus representantes, la Iglesia se ha expresado en rechazo a las políticas del régimen y sus consecuencias en contra del bienestar de los venezolanos, como en los hechos sucedidos durante la celebración de la Divina Pastora en Lara, el año pasado o más recientemente en las declaraciones del monseñor Urosa, que llaman a hacer evidente el sufrimiento de nuestro pueblo. El régimen ha reconocido a la Iglesia como un factor de disidencia con gran ascendente popular y lo evidencia en las amenazas y ataques que propicia constantemente.
Para el liderazgo político y social la labor de la institución eclesiástica representa un ejemplo de formas de gestión, organización y participación en los que resultan fundamentales la articulación alrededor de las necesidades y problemas comunes. También, del reconocimiento y aceptación de diferencias para generar espacios de encuentro y conciliación. Esto último es de gran importancia en los actuales momentos en que es necesaria la cohesión de las diversas fuerzas sociales para enfrentar a la dictadura y que se ha evidenciado en la conformación de un Frente Amplio Nacional, del que la Iglesia ha sido una de los principales promotores.
Los venezolanos enfrentamos a un régimen que desintegra nuestros derechos humanos y constitucionales. Ha desarrollado un amplio aparato para el fraude electoral, así como mecanismos de represión, sometimiento, y dependencia en nuestra contra. Para poder superar esta deriva dictatorial debemos apelar a lo mejor de nosotros.
Debemos encontrarnos y actuar desde nuestros valores más elevados de convivencia, respeto y solidaridad. Valores realmente compartidos y presentes en cada uno de nosotros y que constituyen nuestro vínculo más profundo y verdadero.