La imposición del devastador modelo dictatorial del régimen se da no solo en el deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos sino también en la instauración de una narrativa de dependencia y dominación. Se busca establecer una “nueva normalidad” de caos y colapso, en la que el Estado es un poder incuestionable que se sobrepone sobre las personas. Las dificultades que se suceden a diario no pueden solucionarse y solo pueden asumirse desde la resignación y la impotencia.
Este discurso se refuerza fragmentando aún más a la sociedad, dividiendo al país en “patriotas” y “conspiradores”, en “revolucionarios” y “fascistas”. El gobierno evade sus responsabilidades y culpabiliza a sectores sociales, gremios, liderazgos: son los bancos privados los que retienen el efectivo, los productores y comerciantes los que encarecen los productos, los transportistas los que suben el pasaje o imposibilitan los servicios. De igual forma, el Estado, secuestrado por la dictadura, refuerza una imagen todopoderosa, desvalorizando a las personas, desmereciendo sus reclamos e ignorando sus necesidades, mientras las obliga a integrarse a sistemas de control en lo social, lo económico y lo político.
Pero esta narrativa está siendo contrarrestada tanto por la evidencia de los resultados desastrosos de la gestión gubernamental como por los logros y esfuerzos de distintos grupos en el país.
A pesar de la censura y la represión, por sobre la desesperanza y la anomia, vemos todos los días el surgimiento de protestas de gremios y comunidades, el trabajo de organizaciones civiles y sociales. Lo vemos incluso en la épica cotidiana de familias que enfrentan la crisis apelando a los valores convivenciales básicos de resiliencia y solidaridad. Esto expresa otra realidad que el régimen busca acallar y silenciar. Una en sintonía con nuestra verdadera esencia convivencial y que refleja nuestros aspectos más luminosos.
Hablamos de ejemplos como los de Fe y Alegría, que en medio de la actual crisis escolar, continua su labor y emprende iniciativas como un “Cuaderno para Fe y Alegría”, en el que busca las donaciones de materiales para dotar de insumos a los niños y adolescentes de sus planteles. Del esfuerzo articulador que está realizando Provea en la creación de una red en conjunto con otras organizaciones de su ámbito en la defensa de Derechos Humanos en el país.
De movimientos de protesta como el liderado por Ana Rosario Contreras al frente del gremio de enfermeras y profesionales de la salud en el sector público, que se mantiene activo a pesar las presiones gubernamentales, y que está sumando a otros sectores en una lucha común. En el ámbito de la libertad de expresión y el acceso a la información son igualmente destacables las iniciativas de grupos como Bus TV, con estrategias novedosas que están siendo reproducidas y son reconocidas a nivel internacional por instituciones como la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. En nuestra experiencia más inmediata, lo hemos visto en el trabajo de líderes locales que organizan la participación de las personas en las comunidades y en los esfuerzos que, por ejemplo, las madres de Alimenta la Solidaridad realizan en la gestión y funcionamiento de los comedores.
El régimen intentará silenciar e invisibilizar el trabajo y los logros de grupos como los que hemos señalado, buscando imponer su visión de dependencia, sumisión y fragmentación. Mantendrá su estrategia violenta y coercitiva para imponer esa “nueva normalidad” de tragedia inevitable y resignación. Pero el esfuerzo de todos está demostrando que podemos impedirlo, que los venezolanos nos negamos a sucumbir ante el colapso y la sumisión que el régimen quiere imponernos.
Desde la solidaridad, el encuentro y el compromiso para transformar la realidad, todos estamos haciendo la diferencia.