Quienes tenemos una visión de país comprometida con los valores convivenciales y democráticos, materializada además en acciones en pos del bienestar y el desarrollo de las personas, no podemos sino condenar los hechos sucedidos el pasado sábado 4 de agosto. Los usos de la violencia han demostrado, una y otra vez, que solo profundizan y amplían los problemas y las tragedias de donde surgen. Pero lo sucedido el sábado debe leerse más allá del relato oficial de un intento de magnicidio.
Para el régimen se convierte en la excusa para radicalizar la represión. Durante la cadena del martes 07 en la noche, Nicolas Maduro, saltándose toda normativa legal, presentó videos y grabaciones e involucró en un complot desde figuras del gobierno colombiano hasta líderes opositores como Julio Borges, pasando por criminales comunes y efectivos del ejército. El SEBIN secuestró a Juan Requesen y su hermana, y desde la Constituyente ilegítima, Diosdado Cabello amenazó con invalidar la inmunidad parlamentaria de diputados de la Asamblea Nacional.
La arremetida en contra de Julio Borges y Juan Requesens está vinculada a la constante lucha que ambos han sostenido por la democracia y la recuperación de la institucionalidad y la libertad del país. Julio ha aportado al país la creación de Primero Justicia y su incansable trabajo desde distintos ámbitos del mundo político. En los últimos años ha tenido un papel destacado como presidente de la AN y, sobre todo, ante los organismos internacionales ha denunciado las violaciónes a los DDHH de los venezolanos por parte del gobierno dictatorial de Maduro.
Juan, por su parte, ha sido, desde el respeto a la Constitución y las leyes y por la vía pacífica, un luchador en las calles y también como diputado de la Asamblea Nacional ha dejado claro talante democrático y su vocación por el cambio para el país.
El relato conspirativo oficial no sirve únicamente para sustentar la agudización de la persecución política, sino también para desviar la atención de la crisis y sus consecuencias: el colapso de servicios públicos, la proliferación de protestas, los escenarios de la implantación del nuevo cono monetario, en el actual contexto de hiperinflación, el inminente racionamiento de la gasolina. Sólo contrastemos los resultados inmediatos y las detenciones relámpago sobre el supuesto complot, en relación, por ejemplo, con la pobre respuesta gubernamental a la emergencia de las inundaciones que, desde hace ya unas semanas, afectan a Amazonas, Apure, Bolívar, Delta Amacuro, Guárico y Táchira.
Los hechos del sábado deben ser leídos ya no como una acción violenta en contra de un gobierno legalmente constituido y democrático, sino como otra ramificación de la deriva dictatorial de un régimen que ha violentado la convivencia democrática y la normalidad ciudadana. Se producen en el contexto actual de colapso y caos inducidos, de vías electorales cooptadas, de opacidad gubernamental y violencia generada desde el mismo Estado. Son la evidencia de la escala desmedida que ha tomado la crisis con la que el régimen ha entrampado al país y, si algo señalan, es el grave retroceso que ha producido el modelo dictatorial del grupo en el poder.
El régimen es el principal protagonista y promotor de un despropósito que nos arrastra a todos. En este sentido, es precisamente ahora que debemos cuestionar la narrativa del poder de violencia, fragmentación y desconfianza, y contrarrestarla con las herramientas de la convivencia y la articulación, de la inclusividad y el empoderamiento. El país atraviesa una gravísima emergencia que debemos enfrentar de manera cohesionada, para entre todos recuperar vías democráticas y de desarrollo que permitan superar la actual situación y enfilar a un proceso de construcción de una nueva Venezuela.
Reiteramos nuestra visión de articulación y cambio, a partir de vías de solidaridad y encuentro, con la vinculación conjunta de diversos sectores y grupos sociales, sin distinciones ideológicas o partidistas. Una visión en que las diferencias sean expresión de riqueza y diversidad, fuente de esfuerzos que pueden sumarse, y no el objeto de criminalización y la desconfianza. Una visión que hemos materializado en esfuerzos organizativos como Caracas Mi Convive y que mostramos como una posibilidad de transformación real, con la creencia de su enorme pertinencia en este momento, frente a la involución generada por el autoritarismo.
Los hechos del sábado son muestra de esta involución, producto de un modelo dictatorial de violencia y empobrecimiento. Un modelo al que no podemos sucumbir, y que solo puede ser superado por todos, desde las bases de la convivencia, la imaginación, el valor y la constancia.