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Corrupción sistémica

En menos de 15 días los venezolanos comprobamos el escándalo de corrupción más demoledor de nuestra historia. En medio de la terrible crisis que vivimos desde hace años, confirmamos nuevamente que en altos puestos del Estado se consolidó una pandilla de corruptos capaces de construir todo un entramado delictivo para robarse el petróleo y mover sus ganancias por el país con la impunidad y la prepotencia propia de quienes se creen intocables.

Las cifras del expolio comprenden un baremo tan amplio que va desde los 3.000 millones de dólares (según información de fuentes oficiales) hasta los 21.000 millones, según algunos periodistas que publican en agencias especializadas en la fuente financiera. Todo un festival de números que cuesta comprender para un ciudadano que vive de su trabajo honesto, una magnitud que sólo puede ser entendida con referentes tales como «meses de exportación de petrolera», «porcentajes» de las reservas internacionales o equivalencias de producto interno bruto de naciones pequeñas.

Para intentar hacernos una idea del botín, sólo la cifra oficial de lo robado, 3.000 millones, es un monto muy parecido a lo estimado por la Organización de las Naciones Unidas como el primer tramo de recursos necesarios para atender la crisis humanitaria en Venezuela, a condición de que se avance en las negociaciones políticas en México.

No sólo se robaron el futuro de muchos venezolanos, como comentan algunos analistas, sino que además se llevaron buena parte de la capacidad que teníamos para sorprendernos ante el escándalo, el nivel de corrupción de los poderosos hoy en Venezuela no tiene precedente en su escala en la historia del país ni de América Latina.

Tratando de trascender la rabia, es necesario pensar que de esta arquitectura especializada en la corrupción es un síntoma de un sistema pensado para favorecer a los aliados del círculo de poder que gobierna el país. Las razones de la corrupción que hay en Venezuela no deben buscarse por fuera de nuestras fronteras geográficas o políticas, sino dentro de un proyecto que hizo un trabajo consciente y dedicado para suprimir los sistemas de control, contrapesos y transparencia informativa propios de una democracia, para convertirlo en un ecosistema donde las lealtades se cotizan en dólares y donde la corrupción es el cemento que afianza la fidelidad política y a veces, como en esta oportunidad, la mejor excusa a la que recurrir cuando las «purgas» son necesarias en su proyecto.

El que muchos estén metidos en este asunto, como advierten los trabajos de investigación en la prensa, y que sólo unos pocos sean paseados ante las cámaras de televisión esposados y embutidos en una braga naranja, parece ser un aviso para exigir a los factores políticos que sostienen el poder la plena lealtad al régimen que gobierna al país. La justicia no forma parte de esta ecuación de poder.

Si algún aprendizaje nos debería dejar este episodio de corrupción es la necesidad de redoblar los esfuerzos para lograr un cambio político y pacífico en el país.

Sólo en un sistema democrático, con separación de poderes, libertad de expresión, con una sociedad civil organizada, liderazgos fuertes construidos de abajo hacia arriba y con un sistema judicial independiente, es la mejor garantía para combatir la corrupción en el país. Las democracias nunca son perfectas, pero con la activa participación de sus ciudadanos, son siempre perfectibles y sin lugar a dudas, son el mejor sistema para garantizar la igualdad ante la justicia.

Luchar para el regreso de la democracia a Venezuela ha sido y seguirá siendo nuestro compromiso.